“Nunca me interesaron las noticias. Pero desde hace un par de semanas, tengo el teléfono en la mano y no paro de revisarlo para ver qué provincia es la siguiente en caer. Los helicópteros que sobrevuelan la ciudad multiplican el miedo”, dijo una de las estudiantes de medicina, de 22 años. “La universidad canceló los exámenes hoy porque en las dos o tres últimas asignaturas en las que tuvimos pruebas a todo el mundo le fue muy mal; nadie, de ninguna manera, estaba preparado para los exámenes”.
Para las primeras horas de la tarde, ya period cada vez más evidente que el gobierno se había desplomado, que el presidente y su comitiva se habían ido. Las señales estaban en el estribillo de los rumores, en la gente que se apresuraba a llegar a su casa, temerosa de mirar hacia atrás, en la dirección en la que decían que habían llegado los talibanes. Las calles se estaban quedando vacías.
La gente se movía con rapidez tratando de encontrar seguridad. Como una extraña coincidencia, pasaba por la triste conmemoración en la vía pública de la víspera de Ashura, la cual marca el día en que fue martirizado el nieto del profeta Mahoma. Había disparos, vehículos a toda velocidad e, incluso, tanques que recorrían las calles; nadie sabía qué cosa pertenecía a quién. Más tarde, los talibanes dijeron que ese vacío los había obligado a entrar a la capital para evitar la anarquía sin esperar una transición más paulatina.
En los días transcurridos, Kabul ha sido una paradoja que en muchos aspectos recuerda al gobierno de los talibanes en los años noventa, independientemente del tono más suave de sus declaraciones públicas.
Por un lado, los delitos menores han disminuido, caminar por las calles se siente físicamente más seguro, y los talibanes están promocionando el hecho de que, más allá de lo que pasó en el aeropuerto, las víctimas de la guerra —no hace mucho tiempo se mataban entre 50 y 100 personas al día— son ahora casi cero.
Por otro lado, están las escenas que conmocionan al mundo. Jóvenes afganos cayendo al vacío tras aferrarse a un avión de evacuación estadounidense. Miles de familias afganas concentradas frente al aeropuerto, esperando algún rescate en los últimos días de la retirada occidental. La carnicería de otro atentado suicida, y una promesa de caos por venir, incluso para los talibanes.
Muchas personas, entre ellas las que estaban tratando de huir con urgencia, sienten una amenaza directa de los talibanes. Pero también se trata de algo más importante: se trata de un pueblo que se da por vencido de su país.